Cuando volvimos a encontrarnos en la calle, se me hizo un nudo en la garganta. Muchos miles de trabajadores se encontraban en aquel momento en camino para presentarse en sus sindicatos, y la mayoría de sus organizaciones tenían el domicilio en la Casa del Pueblo. Desde los distritos más lejanos de la capital las casas vomitaban hombres, todos marchando en la misma dirección. En el tejado de la Casa del Pueblo lucía una bombilla roja que era visible desde todas las buhardillas de Madrid. Pero la Casa del Pueblo estaba en una calle estrecha y corta, perdida en un laberinto de calles también
  
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