Pero los obreros, con sus trajes de trabajo, al ver nuestras ropas, preguntaban: —¿Dónde quieres ir, compañero? —A la ejecutiva. Se aplastaban contra la pared y nos deslizábamos trabajosamente entre ellos, cuando nos ensordeció un grito tremendo, un rugido: —¡Armas! ¡Armas! El grito era recogido y repetido en oleadas. A veces se oía la palabra completa, la mayoría una cacofonía de aes. De repente la multitud soltó el grito en un solo ritmo y comenzó a repetir acompasadamente: —¡Armas! ¡Armas! ¡Armas! Después del tercer grito hacía una pausa y recomenzaba. El triple grito rebotaba a lo largo de
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