Todo era centelleante como una película sobre la pantalla, centelleante y espasmódico. La gente hablaba a gritos y reía a carcajadas. Bebían a tragos sonoros con gran estrépito de vasos. Los pasos en la calle resonaban fuertes, firmes y rápidos. A la luz del día todo el mundo era un amigo, por la noche cada uno podía ser un enemigo. Toda amistad tenía un tinte de borrachera. La ciudad había intentado lo imposible y había surgido del intento triunfante y en un trance.




