Cristian Jiménez

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Pero su convicción duró muy pocas horas. Ya no quedaba en la casa nada que vender, salvo el reloj y el cuadro. El jueves en la noche, en el último extremo de los recursos, la mujer manifestó su inquietud ante la situación. —No te preocupes —la consoló el coronel—. Mañana viene el correo.
El coronel no tiene quien le escriba
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