En el ocio reparador de la soledad, en cambio, las viudas descubrían que la forma honrada de vivir era a merced del cuerpo, comiendo sólo por hambre, amando sin mentir, durmiendo sin tener que fingirse dormidas para escapar a la indecencia del amor oficial, dueñas por fin del derecho a una cama entera para ellas solas en la que nadie les disputaba la mitad de su sábana, la mitad de su aire de respirar, la mitad de su noche, hasta que el cuerpo se saciaba de soñar con sus sueños propios, y despertaba solo.