Kinsella me lleva de la mano. Apenas me la agarra, me doy cuenta de que mi padre jamás me agarró de la mano y una parte de mí quiere que Kinsella me deje ir para no sentir eso. Es una sensación difícil, pero a medida que caminamos me voy tranquilizando, dejando que las diferencias que hay entre mi vida en casa y la que tengo aquí coexistan.

