Por mal que se pongan las cosas, la gente seguirá comiendo cornflakes. Tal vez hagan menos viajes, retrasen la compra de un nuevo coche, compren menos ropa y chismes caros, y pidan langosta menos veces cuando salgan a cenar en un restaurante, pero comerán tantos cornflakes como siempre. Tal vez más incluso, para compensar las langostas que no se han pedido.

