Hassan. Adoctrinado por sus consejeros religiosos, el joven sultán comprendió que la peste, como todas las pestes, había sido un castigo del cielo por los infinitos pecados de los hombres. Para que esto no se repitiera, y para darle algún uso a las magníficas riquezas que habían caído en sus manos, el sultán resolvió construir la más esplendorosa mezquita de El Cairo, un edificio tan magnificente que en su contemplación el Altísimo, complacido, moderaría su ira. La madrasa de Hassan, en la que se trabajaría durante más de un decenio, estaba destinada también a albergar los huesos de su
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