Hay una sabiduría del ayuno que los occidentales no conocemos; no es el martirio lento de la dieta; es una abstinencia que resalta uno de los placeres más grandes de la existencia: la de suprimir una molestia, saciar un deseo, calmar un apetito. En Occidente, cada vez más, los deseos se cumplen demasiado pronto; somos una cultura sometida a una especie de ejaculatio praecox. Además, supongo, en el remoto pasado de nuestra especie, era también una ventaja para el grupo: un ahorro de comida general, pues nadie es capaz de comerse en una sentada lo que se come en tres, por hambre que tenga.