¿Hay alguna razón para hacer casas enteras con palabras? Yo creo que sí, y que los lectores de Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell, o de Casa desolada, de Charles Dickens, la entienden: a veces, ni los propios monstruos son monstruos. A veces son guapos, y nos enamoramos de la historia hasta un extremo al que no puede aspirar ninguna película o programa de televisión. Hemos leído mil páginas y aún no tenemos ganas de abandonar el mundo que nos ha regalado el escritor, o a la gente imaginaria que lo habita. Si hubiera dos mil páginas, las acabaríamos con la misma sensación.

