En la entrada de la clínica sintió el calor seco que llegaba desde los radiadores. Subió en el ascensor junto a una mujer que acunaba a un bebé que lloraba sin consuelo. La mujer lo cubría con una pañoleta tejida y le golpeaba la espalda suavemente con la yema de los dedos. Cuando Emilio salió al pasillo tardó un momento en comprender que la puerta abierta era la del cuarto de su padre. Adentro no había nadie, la luz del techo seguía encendida. La cama estaba deshecha; la ropa acomodada sobre una silla de metal. En el corredor vio venir a una enfermera muy joven, vestida con un guardapolvo
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