El ómnibus marchaba ahora con una velocidad sostenida, envuelto en un zumbido suave. Los árboles eran manchas borrosas del otro lado de los cristales. Emilio sintió el peso tibio de la mujer contra su cuerpo y trató de no moverse. «Ella duerme o hace que duerme —pensó—. Huele a pasto, a bebé recién bañado. Miente como otras lloran o se quejan.» Recordó la foto, las tiras de cuero de las sandalias trenzadas más arriba de los tobillos, el aire concentrado con que alzaba los brazos como si estuviera rezando. Se imaginó los teatros de provincia, la mujer cantando mal y entusiasmada arias de Verdi,
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