Dio vuelta las páginas hasta llegar a una hoja en blanco; cubriendo los primeros renglones encontró lo que había anotado esa noche: «Llueve a ratos, son las dos de la mañana. He comenzado a escribir sobre él en pasado, como si ya hubiera muerto», leyó ahora. Dejó un espacio y empezó a escribir: «Sábado 18. Son las nueve de la mañana. Estoy en un bar frente a la clínica. Tres meses alcanzan para disolver a un hombre. Desde la última vez que lo vi, ¿qué ha quedado de él? Un fantasma que trata, siempre, de mantener la dignidad. Lo más siniestro es el sonido vidrioso de la respiración: se le
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