El bar era grande y muy iluminado. Sentado frente a la ventana con persianas de aluminio, volviendo la cara hacia la tormenta que nublaba la mañana, Emilio pensó que todo iba a disolverse en esa lluvia: el dolor de su padre, los ojos claros de la mujer con vestido de fiesta. «Todo va a quedar limpio y nuevo», pensó.

