Tak es un dios –dijo David–. O un demonio. O quizá no sea nada en absoluto, sólo un nombre, una sílaba sin sentido; pero una nada peligrosa, como una voz en el viento. En cualquier caso, eso poco importa. Lo importante es que mi madre descanse en paz. Así podrá reunirse con mi hermana en… bueno, dondequiera que vayamos después de la muerte.

