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El inconveniente de estar sobrio, había descubierto Johnny, era que uno recordaba todo aquello que temía.
Al principio estos contactos habían sido un mero tanteo, pues ambos recelaban aún de la minas enterradas en la derruida ciudad de sus afectos, pero con el paso del tiempo adquirieron mayor regularidad.
Terry no lo escuchaba. Era una de las pocas personas en el mundo capaces de abstraerse en sus pensamientos y no hacerle el menor caso. Johnny suponía que ésa era otra de las razones de su divorcio. Él necesitaba que le hiciesen caso, en especial las mujeres.
Desde el punto de vista laico, David, la conciencia es sólo una especie de censor, un espacio donde se almacenan las sanciones sociales, pero en realidad viene a ser algo así como un intruso, y a menudo nos guía hasta las soluciones adecuadas incluso en situaciones que escapan a nuestra comprensión.
El padre Martin le contó cómo Moisés, durante el éxodo de los israelitas, hizo brotar agua de una piedra golpeándola con el cayado de Aarón para aplacar la sed de su gente. Y cuando los israelitas preguntaron a quién debían mostrar su gratitud, Moisés respondió que el mérito era suyo. Mientras le contaba esta historia, el padre Martin bebía de una taza de té que llevaba estampado el lema FELIZ, JUBILOSO Y LIBRE, pero el contenido de la taza no olía exactamente a té. Olía más bien como el whisky que tomaba su padre por las noches cuando veía el último noticiario en televisión. –Fue sólo un
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He tenido ocasión de conocer a ese hombre, como puede ver, y entiendo de sobra el alcance de la situación. Vamos a la platea, señorita Wyler, y allí hablaremos. Me hago cargo de su impaciencia, pero es por bien de todos. Los carpinteros tienen un dicho: mide dos veces, corta una. Es un dicho inteligente. ¿De acuerdo?
El intruso, el ser que procedía de las entrañas de la tierra, se hallaba en la cabeza del puma y su voluntad se hendía en la mente del animal como un anzuelo. Hablaba la lengua de los seres sin forma, de tiempos ancestrales, cuando todos los animales excepto los hombres y el intruso eran una sola cosa.
–Témeme y no entres por este camino –advirtió el policía desde la boca del chacal cuando David se acercaba–. Mi tow, can de lach: teme a los seres sin forma. Existen otros dioses además del tuyo: can tah, can tak. Sabes que hablo verdad.
¿Qué es la fe? Ésa era fácil. –La sustancia de las cosas que esperamos, la evidencia de las cosas que no vemos –respondió David.
Tak es un dios –dijo David–. O un demonio. O quizá no sea nada en absoluto, sólo un nombre, una sílaba sin sentido; pero una nada peligrosa, como una voz en el viento. En cualquier caso, eso poco importa. Lo importante es que mi madre descanse en paz. Así podrá reunirse con mi hermana en… bueno, dondequiera que vayamos después de la muerte.
–Hablas como si todos tuviésemos el mismo Dios, David –dijo Johnny–. No es mi intención discutir contigo, pero dudo que ése sea el caso. –Sí es el caso –replicó David con calma–. Comparado con Tak, el Dios del jefe de una tribu caníbal y el suyo serían el mismo. Usted ha visto los can tahs, lo sé. Y ha percibido su poder.
La mentira es ficción, había proclamado con una cínica sonrisa aquel viejo e irascible reptil, la ficción es arte, y por consiguiente todo arte es mentira.
A Steve le recordó a esos viejos ricos que uno veía a veces paseando por la playa. Se sabía que eran ricos no sólo porque siempre lucían relojes Rolex y gafas de sol Oakley, sino también, y sobre todo, porque se exhibían sin el menor pudor con aquellos minúsculos taparrabos de licra. Como si por encima de ciertos ingresos la tripa se convirtiese en un bien más.
Sentía agujeros en su interior que gritaban de dolor, y seguirían gritando en el futuro. Uno por su madre, otro por su padre y otro por su hermana. Agujeros como caras. Agujeros como ojos.

