El pensamiento europeo de la modernidad invirtió ingentes energías en presentar a África y a los africanos como el punto más bajo de la condición humana, estrictamente en el límite entre lo humano y lo animal.4 Sin ese inconmensurable esfuerzo filosófico, teológico y «científico» hubiera resultado muy complejo defender y mantener durante varios siglos la trata de esclavos a través del Atlántico, y sin ese despreciable comercio en seres humanos hubiera sido materialmente imposible la emergencia de la Revolución Industrial y del capitalismo occidental, del mundo tal y como lo conocemos hoy día.

