Ya no sentía un vínculo emocional con los chicos de allí abajo. Les deseaba lo mejor, pero mi mundo había cambiado desde que dejé el lugar del accidente. Ahora estaba atrapado en un universo solitario: la camaradería, la misericordia y el sentido de responsabilidad por el destino de los demás se habían esfumado de mi mente dejando lugar a un auténtico y primitivo miedo a morir y a una concentración exclusiva en mi supervivencia.