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Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.
Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.
Úrsula no había alcanzado a los gitanos, pero encontró la ruta que su marido no pudo descubrir en su frustrada búsqueda de los grandes inventos.
descubierto que mientras más bebía más se acordaba de Remedios,
nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.
pero de todos modos no entendía cómo se llegaba al extremo de hacer una guerra por cosas que no podían tocarse con las manos.
Eran inútiles sus esfuerzos por sistematizar los presagios. Se presentaban de pronto, en una ráfaga de lucidez sobrenatural, como una convicción absoluta y momentánea, pero inasible. En ocasiones eran tan naturales, que no los identificaba como presagios sino cuando se cumplían. Otras veces eran terminantes y no se cumplían.
Pero durante cuatro años él le reiteró su amor, y ella encontró siempre la manera de rechazarlo sin herirlo, porque aunque no conseguía quererlo ya no podía vivir sin él.
«Si no es la guerra —pensó— sólo puede ser la muerte.»
el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.
Con la temeridad atroz con que José Arcadio Buendía atravesó la sierra para fundar a Macondo, con el orgullo ciego con que el coronel Aureliano Buendía promovió sus guerras inútiles, con la tenacidad insensata con que Úrsula aseguró la supervivencia de la estirpe, así buscó Aureliano Segundo a Fernanda, sin un solo instante de desaliento.
que la búsqueda de las cosas perdidas está entorpecida por los hábitos rutinarios, y es por eso que cuesta tanto trabajo encontrarlas.
rizomas de regaliz,
porque consideraba que las calamidades no podían tomarse de pretexto para el relajamiento de las costumbres.
se lamentaban de cuánta vida les había costado encontrar el paraíso de la soledad compartida.
No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente,
ambos se encontraban a la deriva en la resaca de un mundo acabado, del cual sólo quedaba la nostalgia.
Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.
porque era el único en un siglo que había sido engendrado con amor.
El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas.

