—¿Valor? —repito, incrédula. —Eres importante —afirma—. Lo eres para mí, para el anciano que va a tu café cada día y a quien tratas como una persona, no como un fantasma. Eres importante para tus padres. Incluso para ese narcisista de tu hermano. La única persona para quien no eres importante es para ti misma, y eso me enfurece.

