En el espacio de una década, los cartistas presentaron al Parlamento una serie de peticiones, una de ellas redactada en un documento de casi diez kilómetros de largo y que supuestamente estaba firmada por 5,7 millones de personas. El Parlamento se quedó impresionado, pero las rechazó todas por el bien del propio pueblo. Todo el mundo coincidía en que el sufragio universal era un concepto peligroso, «tremendamente incompatible con la existencia de la civilización», según palabras del historiador y parlamentario Thomas Babington Macaulay.

