—¡Padre diácono! —le dijo Mijailo con voz llorosa—. ¡Perdone a este pecador, por el amor de Dios! —¿Qué tengo que perdonarle? Mijailo suspiró profundamente; se arrodilló ante el diácono e inclinándose hasta el suelo dijo: —¡Haber pensado que en su cabeza había ideas...!

