El dolor me atraviesa el pecho y me pregunto si el corazón se puede romper de verdad. Probablemente. La expresión «tener el corazón roto» ha de venir de alguna parte. Me imagino que el mío estalla en una docena de pedazos rojos vidriosos y los bordes afilados se me clavan en la carne con cada latido. Por poco científico que sea, encaja con lo que siento.

