Una mujer me contó que cuando tenía 13 años y fue a su primera fiesta, bebió por primera vez. La dejaron en casa tan borracha que lo único que pudo hacer fue tumbarse en el porche delantero, sin apenas poder moverse. Su padre, un hombre corpulento y estricto, salió y ella pensó que le iba a gritar lo mismo que ella estaba pensando sobre sí misma: “Soy mala. Estoy mal”. En cambio, la tomó en brazos, la llevó adentro, la colocó en el sofá de la sala y le dijo: “Aquí no habrá castigo. Has tenido una experiencia”. Él sabía lo que ella estaba pensando; ella se sintió vista.