Lourdes C

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La brisa cambió en ese instante y Armanoush captó un penetrante olor a mar. La ciudad era un revoltijo de aromas, algunos fuertes y rancios, otros dulces y estimulantes. Casi todos le recordaban una comida u otra, hasta el punto de que había empezado a percibir la ciudad como algo comestible. Llevaba allí ya ocho días, y Estambul cada vez se le antojaba más retorcida y polifacética. Quizá se estaba acostumbrando a ser una extranjera en la ciudad, si no acostumbrándose a la ciudad misma.
La bastarda de Estambul
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