Después de ver los últimos exámenes, el neurólogo me llevó a su oficina y con toda la suavidad posible me mostró las placas contra la luz, dos grandes rectángulos negros donde la excepcional inteligencia de mi hija queda reducida a una inservible mancha oscura. Su lápiz me señaló los caminos enmarañados del cerebro mientras explicaba las consecuencias terribles de esas sombras y esas líneas.

