Nos detuvieron cinco veces y siempre le exigían a Michael que se bajara, revisaban bruscamente el destartalado Citroën y luego nos permitían continuar. A mí nada me preguntaron, ni siquiera me vieron, y pensé que el espíritu protector de la Memé me había cubierto con un manto de invisibilidad, pero después comprendí que en la idiosincrasia militar las mujeres no cuentan, salvo como botín de guerra. Si hubieran examinado mis documentos y visto mi apellido, tal vez no habríamos entregado nunca el canasto de alimento.

