—Sí, mi amor, estoy celoso. —Me pone una mano en los riñones y me acerca a él—. Estoy celoso de la armadura que te rodea el cuerpo cuando yo no puedo hacerlo, de las sábanas de tu cama que te acarician la piel cada noche y de las armas que te tocan las manos. Así que cuando un príncipe de tu reino entra en mi clase y empieza a hablar con la mujer a la que amo con lo que solo podría considerarse una gran familiaridad, y cuando tiene el descaro de pedirle salir con ella delante de mis narices, pues sí, me pongo celoso.