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No voy a morir hoy. Voy a salvarlo.
—El dolor no es una competición —le aseguro—. Siempre hay bastante para todos.
—Presta atención al presente, no al pasado —me sermonea Tairn.
Nunca fui consciente de lo mucho que me gusta pasar algún rato a solas hasta que dejé de poder hacerlo.
Sigue siendo él. Sigue siendo mío.
—Podría llegar a ser Maven, capitanear ejércitos de seres oscuros contra todas las personas que nos importan y ver como se vuelve roja cada vena de mi cuerpo a medida que canalizo todo el poder del continente, y seguiría queriéndote. Lo que hice no cambia eso. No creo que nada pueda cambiarlo.
—Eres mía —dice contra mi piel, y su mano me roza el bajo del camisón antes de subir por el muslo. —Eres mío —contesto mientras lo agarro con fuerza del pelo.
—Te amo tanto que me duele.
Es la única forma de que estés a salvo, y por más ganas que tenga de que salgas corriendo, soy demasiado egoísta para renunciar a ti.
—Sin embargo, aquí estoy —replico con suavidad; la ira sustituye deprisa a la conmoción—. Sus amenazas no son más que eso, amenazas. Ya no soy la chiquilla de primer año asustada que no sabría si sobreviviría a la Trilla o sería capaz de manifestar su sello.
Soy tuyo y eres mía, y no hay ninguna ley o norma en este mundo o en el otro que vaya a cambiar eso.
Él es el deseo del que nunca me sacio, la adrenalina de la que jamás me canso. Solo él.
—No es usted quién para hablar —espeto, y no rehúyo su mirada por primera vez en meses—. No conmigo. En lo que a mí respecta, tiene la credibilidad de un borracho y la integridad de una rata. ¿Cómo se atreve a quejarse de los seis años de información sobre Aretia que faltan cuando usted nos ha ocultado a todos siglos de historia del continente?
—Estoy harto de dormir en una cama en la que no estás tú. —Su pulgar me acaricia el cuello.

