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La mujer que amo se ha perdido dentro de su propia cabeza, hace ya catorce días que la ando buscando y me va la vida en encontrarla pero la cosa es difícil, es angustiosa a morir y jodidamente difícil; es como si Agustina habitara en un plano paralelo al real, cercano pero inabordable, es como si hablara en una lengua extranjera que Aguilar vagamente reconoce pero que no logra comprender.
toda historia es como un gran pastel, cada quién da cuenta de la tajada que se come y el único que da cuenta de todo es el pastelero.
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a qué horas se perdió el sentido, eso que llamamos sentido y que es invisible pero que cuando falta, la vida ya no es vida y lo humano deja de serlo.
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Tal vez lo más difícil de todo esto, dice, sea aceptar la gama de términos medios que hay entre la cordura y la demencia, y aprender a andar con un pie en la una y el otro en la otra;
nada enardece más al intranquilo que le digan tranquilízate, nada lo preocupa tanto como que lo inviten a despreocuparse, nada contraría tanto sus impulsos de vuelo como los aterrizados oficios de un samaritano.
en ciertos momentos excepcionales, a veces en medio de las peores crisis, la normalidad parece apiadarse de nosotros y nos hace breves visitas.
La locura es un compendio de cosas desagradables, por ejemplo es pedante, es odiosa y es tortuosa.
la sangre, como la leche hervida, siempre está esperando una oportunidad para derramarse y cuando empieza ya no quiere detenerse.
te juro que el infierno debe ser un lugar donde te encierran con tus consecuencias y te obligan a lidiar con ellas.
«Bisabuelo arriero, abuelo hacendado, hijo rentista y nieto pordiosero»,
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