“Leo, déjame ir,” susurró William, tomándome las manos. “Que te jodan. Eres egoísta. No puedes morir primero,” le grité con lágrimas en el rostro, presionando su herida. “¿Por qué no? Después de todo, es mi vida.” “Porque eres el único que lo entiende,” dije. “Estarás bien sin mí,” murmuró. “Viví intensamente y sin miedo.”

