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¿Quién era este tipo? Me pregunté. “Entonces, ¿eres un artista?” pregunté. “¿No lo somos todos?”
"No importa si estás tú. Le agregas algo a la tranquilidad de la mañana."
"Si mataras a alguien, ¿qué arma elegirías entonces?" me preguntó Opia. Medité en mi respuesta. "Definitivamente, no un hacha," dije. "Una pistola, supongo." Valentino soltó una nube de humo y sacudió la cabeza. "Esa es la respuesta más básica del mundo."
La gente morirá y la gente vivirá, como siempre lo ha hecho."
Valentino abrió el grifo del agua y me dio una toalla limpia. "Necesitas una ducha, y tal vez un exorcismo, pero por hoy una ducha será suficiente,"
Creo que me ponía menos nervioso William intentando matarme que ayudándome, por alguna razón.
"No es justo. ¿Cómo es que él consigue tu ayuda?" Valentino protestó. "Porque es mi favorito," respondió William. Hubo una pausa. "Vamos arriba, Leonardo."
“No estaba mirando,” respondí. Él se rio suavemente. “Eres un mentiroso patológico.”
“¿Quieres que diga algo honesto?” Nuestros ojos se encontraron y una corriente electrizante bailó entre nuestras miradas desafiantes. “Eres la persona más insufrible que he conocido,” articulé. Se inclinó y susurró a sólo unos centímetros de mi rostro: “Y tú tienes el ceño más asquerosamente hermoso cuando estás enojado conmigo.”
No morirás por dormir una noche con William. No estaba tan seguro de eso. Los labios de William se curvaron con malicia. “No muerdo, Leonardo.” “Yo sí,” respondí. “Y pateo, dormido. Así duerme bien contra una punta.” Él sonrió, destendió las sábanas y se metió debajo.
“Es solo una tormenta, Leonardo, todo va a estar bien,” murmuró.
“¿Alguna vez te has preguntado que se siente matar a alguien?”
“No le temo a la muerte porque es lo único que tengo asegurado en mi futuro,”
“Porque estoy convencido de que si cedo en esto...” Los labios de William rozaron los míos con cada palabra. “Terminarás siendo mi muerte.”
“Y a por un trago.” Se quedó mirando el vaso en mi mano. Percibí el juicio en su voz. Pero con él, nunca sabía lo que realmente quería decir. Me encogí de hombros. “Sí, bueno, tenía sed.” William arqueó una ceja. “¿Nos hemos quedado sin agua?” “¿Quién eres? ¿Mi madre?” pregunté.
“Lamento decepcionarte. ¿Herí tus sentimientos no correspondidos?” pregunté. “Lo habrías hecho. Si tuviese alguno.” Volvió a centrar su atención en su libro.
Nunca decía eso. Por favor. Todos me llamaban Leo, pero al escucharlo de él, con su acento, tal vez si mi alma no estuviese ya tan corrupta, le habría dado todo lo que quisiera si me lo pidiera.
Pieza por pieza, reunió su habitual expresión corporal y facial y respiró hondo. Me quedé colgado en mitad de la frase, esperando. Pero no dijo nada más. Él se marchó. “¿Qué haces?” le pregunté. “Te dejo en paz.”
Los lirios del campo están teñidos de sangre. Los lirios del campo están teñidos de sangre. Los lirios del campo están teñidos de sangre.
“Bueno, tu prueba de Covid dio negativa,” dijo. Y sí, flaco, ¿qué esperabas? Pensé, mirando a William con odio.
“Plenus stercoris es,”
“Quería que vivieras,” respondió, haciendo que lo que estaba sintiendo dentro de mi pecho se intensificara. Mis ojos se encontraron con los suyos, desafiantemente. “¿Y si yo no quiero? Es mi vida.” “Tienes razón. Pero soy egoísta. Y no puedes morir primero,” declaró con firmeza. “¿Qué se supone que significa eso?” pregunté.
No puedes morir primero. No pienso vivir en este mundo si tú no estás en él.”
“No tengo nada a qué aferrarme,” murmuré.
“Entonces te daré algo a lo que puedas aferrarte,”
“¿Eso es una amenaza, mi corvus?” preguntó. “No. Es una promesa.”
Solté la tela. “No me di cuenta de que disfrutabas tanto de analizar el comportamiento de otras personas,” dije. “No podría importarme menos el comportamiento de las otras personas. Es el tuyo que me interesa.”
“Primero las Malvinas y ahora esto,”
“Leo, déjame ir,” susurró William, tomándome las manos. “Que te jodan. Eres egoísta. No puedes morir primero,” le grité con lágrimas en el rostro, presionando su herida. “¿Por qué no? Después de todo, es mi vida.” “Porque eres el único que lo entiende,” dije. “Estarás bien sin mí,” murmuró. “Viví intensamente y sin miedo.”
¿Estaba muy mal que todavía me estuviese preguntando en dónde estaban las pastillas? Tal vez era una mala persona, pero no sabía si eso era suficiente para convertirme en un asesino.
“Lo amabas, ¿verdad?” ella preguntó. Yo estaba perfectamente quieto, con la mandíbula apretada y conteniendo la respiración. “Nunca pude decírselo,” dije finalmente. “Créeme, lo sabía.”
Porque en algún momento lo miré y supe que a lo largo de mi vida iba a morir dos veces, una el día que mi corazón dejara de latir, y otra el día que le diera mi corazón a él. Porque no tenía intenciones de pedírselo de vuelta, y cuando se fuera, se lo llevaría con él. Y así fue.
“¿Quién es William?” preguntó finalmente.
“Sigo vivo. Puta madre.”
Miré al psiquiatra, que sabía desde el principio lo que estaba reprimiendo. “Él disparó el arma.” Mi voz vaciló. “Yo no lo hice.”
Y si la transmigración de almas fuera real, sabía con seguridad que mi alma cambiaría al cuerpo de un cuervo.

