—Habría apostado cinco dólares contigo a que volvía derechita con el chalado de su marido, empujando ante sí el maldito cochecito de la niña..., pero me habría alegrado mucho de perder. Supongo que parece una locura. —Un poco —replicó Ralph. Sin embargo, sólo lo dijo porque era lo que McGovern esperaba oír. Lo que en realidad pensaba era que Bill McGovern acababa de describir su carácter y su visión del mundo de un modo más sucinto del que Ralph habría podido emplear jamás.

