Mi segundo trabajo, que representaba ya subir de categoría, era en el salón de bordados, pasaba el día enhebrándoles las agujas a las bordadoras. Solo me decían diez, seis, ocho, tres de hilvanar, de gusanillo, de alma, de caminos, cada palabra de esas representaba una clase determinada de hilo. Ese trabajo me encantaba. Pasaba el tiempo sentada en un asiento chiquito, en frente a una larga mesa donde estaban impecablemente arreglados todos los hilos y en una almohadilla azul mil agujas de gruesos diversos, para cada hilo correspondía una aguja o más gruesa o más delgada. Cuando me picaba los
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