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Kindle Notes & Highlights
Los viajes de la pieza al muladar con la bacinilla desbordante eran los momentos más amargos del día. Tenía que caminar casi sin respirar, con los ojos fijos sobre la caca, siguiendo su ritmo poseída del terror de derramarla antes de llegar, lo que me traía castigos terribles; la apretaba fuertemente con las dos manos como si llevara un objeto precioso.
Mi vida cambió; ni el marrano, ni las gallinas y sus huevos, ni los árboles y sus frutas, nada me volvió a interesar fuera de estar junto a él; si estaba despierto, yo estaba sentada junto, hablando y jugando con él, si dormía me sentaba en la puerta a esperar que se despertara, si lloraba corría, gritando a Betzabé para que viniera con el tetero.
Yo le pregunté que qué era el alma y ella me dijo que era todo lo que uno tenía por dentro.
Cuando Betzabé no me veía, yo me montaba sobre una piedra y me dejaba escurrir entre el cajón, el Niño reía y gritaba de alegría cuando yo me metía en el cajón con él. Igual que el marrano, era mío y nadie se ocupaba de él, yo tenía la impresión que del Niño tampoco se ocupaba nadie y que era solo mío.
De pronto sentimos un ruido terrible, un ruido que no se parecía a nada, la gente empezó a correr en todas direcciones, la mayor parte se refugió en la iglesia, otros entraban a las casas, los chicos se subían a los árboles, la agencia, que quedaba de la parte alta del andén, se llenó de gente, el ruido se aproximaba cada vez más. De pronto vimos aparecer por detrás de la iglesia un monstruo negro terrible que avanzaba hacia el centro de la plaza. Los ojos enormes y abiertos eran de un color amarillento y tenían tanta luz que iluminaban la mitad de la plaza. La gente se tiró al suelo de
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Nos anunció que volvíamos a Bogotá, nos acusó de ser la causa de todas sus desgracias: —sin ustedes mi vida sería otra, nunca hubiera venido a este pueblo miserable. Yo podría estar muy lejos y tener todo en la vida. Pero con ustedes siempre entre los pies, estoy atada como un animal, eso es, atada como una vaca, pero, eso sí, les aseguro que esa situación no puede durar más tiempo, yo les juro y se acordarán de mis palabras que a la primera oportunidad que se me presente las voy a regalar a alguien, no me importa a quien. Y ahora, lárguense de aquí que yo no las vea más, porque las voy
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Se acercó a la grande puerta y puso primero el canasto y luego el Niño bien arrimado contra la puerta y cuando empezó a cubrirle la cabecita con la cobija me di cuenta que habíamos ido para abandonarlo; quise gritar y no pude, las piernas me temblaban, como un resorte salté en dirección de la puerta. Betzabé me alcanzó a agarrar de una pierna, yo me tiré al suelo y empecé a dar golpes con la cabeza contra la tierra, sentía que me ahogaba, Betzabé se esforzaba por alzarme pero yo me agarraba a las plantas y me contorsionaba como una lombriz. Casi al oído me suplicaba levantarme, no hacer ruido
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No lloraba, porque las lágrimas no hubieran bastado, no gritaba porque mi sentimiento de revuelta era más fuerte que mi voz.
El Niño empezó a llorar, yo sentí que su llanto salía del fondo de la tierra, levanté la cabeza y vi que Betzabé tenía la cara bañada en lágrimas. Perdí toda resistencia, le tendí una mano y ella me levantó en sus brazos, empezó a correr como loca; yo sentía que me apretaba fuerte, fuerte contra ella y sus lágrimas me caían por detrás de la oreja y deslizaban por mi ...
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Sumercé, estoy triste porque esta carta no me salió como yo hubiera querido, pero no me siento capaz de repetirla.
Ya hacía como un mes que estábamos en esa casa y las mazamorras eran nuestra única diversión, el segundo plato ese sí sin carne, lo ponían a calentar a las seis de la tarde; desde esa hora el que iba llegando se sentaba en el patio a esperar la llegada de la olla. Cuando aparecía la olla, todos dábamos un grito de alegría.
En esa plaza estaba la iglesia, vi que en el atrio estaba el cura con muchos niños alrededor, me acerqué, él les estaba preguntando a todos cómo se llamaban: —Y tú… La pobre es completamente bizca, dime, ¿cómo te llamas? —Nené. —¿Nené? Eso no es un nombre. —Sí, yo soy Nené. —¿Quién es tu mamá? —La agencia de chocolate. Todos se pusieron a reír, pero yo me puse a llorar. El cura le preguntó a los otros si me conocían, ellos dijeron que no, el cura me volvió a preguntar quién era mi mamá. —La agencia de chocolate. El cura me tomó de la mano y me llevó a la agencia de chocolate.
A ti te parecerá extraño que yo pueda contarte en detalle y con tanta precisión los acontecimientos de esa época tan lejana. Yo pienso como tú, que un niño de cinco años que lleva una vida normal no podría reproducir con esa fidelidad su infancia. Nosotras, tanto Helena como yo, la recordamos como si fuera hoy y la razón no te la puedo explicar. Nada se nos escapaba, ni los gestos, ni las palabras, ni los ruidos, ni los colores, todo era ya claro para nosotras.
Nada nos interesaba, a nadie respondíamos, los veíamos sin verlos, los oíamos sin oírlos, solo ella y yo sabíamos lo que era en ese momento nuestra vida.
Helena me dijo: —si tú hablas de la Sra. María yo te pego—. Y ese silencio duró veinte años, ni en público ni en privado volvimos nunca a pronunciar su nombre ni a hablar de los años pasados con ella, ni de Guateque, ni de Eduardo, ni del Niño, ni de Betzabé. Nuestra vida empezaba en el convento y ninguna de las dos traicionó jamás ese secreto.
Yo le pedí que nos llevara a donde estaba ese niño; dijo que el Niño ya no estaba en la tierra, que se había ido a vivir con su papá rico que estaba entre las nubes, pero que si éramos buenas y obedientes lo veríamos en el cielo.
Una mañana vino una monja nueva cuando nos estábamos levantando y nos tomó las medidas con unos pedazos de tela gris muy gruesa y nos hicieron dos vestidos muy feos; eran largos como los de las novicias, con cuello alto, mangas largas y muchos prenses, eran tan raros que yo no conocía más a Helena y Helena no me conocía más a mí. También nos compraron alpargates y esos sí eran lindos. Nos peinaron para atrás con trenzas tan tirantes que casi no podía cerrar los ojos.
Madre, sí, yo insisto y le suplico de no agotar esfuerzo, no es exactamente porque nos interese encontrar o saber quiénes son los padres de estas criaturas, lo que a mí me preocupa es no poder saber si han estado bautizadas o no. Si son hijas legítimas o si son hijas del pecado. Ustedes se imaginan que bajo el techo de esta santa casa no podemos tener dos niñas que estén en pecado, nosotras tenemos la obligación ante Dios de salvar sus almas.
A las horas de recreo todas jugaban a muchos juegos diversos; nosotras no sabíamos jugar a nada. En la capilla las otras rezaban y cantaban y nosotras no sabíamos qué era eso ni para qué lo hacían, las monjas hablaban del pecado, el Diablo, el Cielo, el Infierno, salvar nuestras almas, ganar indulgencias, arrepentirnos de nuestros pecados, agradecer a la Virgen de la gracia que nos hacía de tenernos en su casa, todo eso no tenía ningún significado para nosotras y fue en esos días que aprendimos lo que era la profunda soledad y el abandono de todo afecto.
El reglamento era muy duro, cada hora del día estaba destinada a una acción fija, determinante, invariable. A las cinco y media de la mañana tocaban la campana para levantarnos; sentadas en la cama nuestra primera acción era la de ofrecerle a Dios y a la Virgen María todas y cada una de nuestras acciones del día que comenzábamos, para que ellos, con su infinita misericordia, nos perdonaran nuestros pecados, nos libraran de morir en pecado mortal y nos dieran la luz y la fuerza de marchar solo por el camino del bien, para ser dignas de entrar con ellos al Reino de los Cielos. ¡Dios!… Cuántas y
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Hacer pipí era todo un tour de force. Cuando nos abrían las puertas de los dormitorios, salíamos como verdaderos potrancos, a toda velocidad para llegar de primeras a los cinco únicos inodoros que había. Nadie respetaba a nadie, en las escaleras se tiraban las unas sobre las otras para ganar la delantera. Naturalmente las que llegaban de últimas no alcanzaban a hacer la toilette; la media hora la pasaban en la cola, era casi cómico verlas saltando en un solo pie, en pata de gallo, como decíamos, para contener las ganas mientras les llegaba el turno.
La palabra india era considerada palabra de insulto.
Las monjas tenían cada una un reclinatorio y un asiento que instalaban estratégicamente en los pasajes de entrada, de manera que podían controlar todos nuestros movimientos y gestos.
Ese armonio me recordaba siempre la pianola del teatro de Fusagasugá y me parecía que esa época era más feliz porque era libre y hacía lo que quería, el convento me parecía terriblemente triste y las compañeras no me interesaban para nada.
Naturalmente esa insistencia sobre el mismo tema había terminado por convencernos de que éramos los seres más afortunados y felices. Por esa razón nunca se nos ocurrió ni protestar, ni reclamar justicia. Nuestras vidas no tenían porvenir y nuestra sola ambición era la de pasar del convento derecho al Cielo sin tocar el mundo. En el Cielo nos esperaban, con los brazos abiertos y cánticos celestes, los santos, ángeles, arcángeles y querubines, que entre nubes nos conducirían para la eternidad al reino de Dios y de la Virgen María.
Del Diablo sabíamos todo, sabíamos más del Diablo que de Dios.
El Infierno también lo conocíamos hasta su último rincón. Teníamos la impresión de que podríamos recorrerlo con los ojos cerrados,
Nada ignorábamos del Diablo, además no nos lo dejaban olvidar… Si tirábamos las hebras de hilo nos decían que el Diablo las iba a recoger para torturarnos con ellas en el Infierno, igual si botábamos algo de comer.
Y no me regañes, porque si tú crees que basta tener las ideas, yo te digo que si uno no sabe cómo escribirlas para que sean comprensibles es igual que si uno no tuviera ideas. Mi cabeza es como un cuarto lleno de trastos viejos donde no se sabe más lo que hay ni en qué estado.
la pobre, nunca la tomamos en serio, la considerábamos igual a nosotras y nadie le obedecía; las mismas monjas tampoco la respetaban, parece que venía de una familia muy humilde de Boyacá y entre las monjas las diferencias de clases sociales eran terriblemente marcadas.
Mi segundo trabajo, que representaba ya subir de categoría, era en el salón de bordados, pasaba el día enhebrándoles las agujas a las bordadoras. Solo me decían diez, seis, ocho, tres de hilvanar, de gusanillo, de alma, de caminos, cada palabra de esas representaba una clase determinada de hilo. Ese trabajo me encantaba. Pasaba el tiempo sentada en un asiento chiquito, en frente a una larga mesa donde estaban impecablemente arreglados todos los hilos y en una almohadilla azul mil agujas de gruesos diversos, para cada hilo correspondía una aguja o más gruesa o más delgada. Cuando me picaba los
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Los ramilletes de Navidad para el Niño Jesús eran diversos, porque teníamos que hacerle la ropa para que no llegara desnudo al mundo, eso estaba redactado así: Yo Emma Reyes Ofrezco al Niño Jesús para su nacimiento las siguientes cosas: Seis camisitas de lana a pagar con 6 misas Una docena de pañales a pagar con 12 comuniones Un gorrito para la cabeza en lana azul (nosotras éramos libres de escoger la cantidad, el material y las diferentes prendas) El gorro de lana azul a pagar con 10 horas de silencio. Dos pares de patines con borlitas rosadas y azules a pagar con 20 actos de humildad…
Terminado el ramillete, lo doblaba en cuatro y nos lo daba para que nosotras lo diéramos a la persona interesada. Luego tomaba uno de los grandes libros donde estaba nuestro nombre y anotaba las cantidades, hacía las sumas y nos preguntaba cuánto le llevábamos para pagar. —Pues he pagado diez misas. —¿Diez misas? Pero no es posible, usted debe ya trescientas misas, a ese paso no va a terminar de pagar nunca. ¿Y qué más?
Ese mismo día, a la hora del recreo, habló con las otras y me recibieron en el grupo después de hacerme jurar en nombre de Dios que no las traicionaría; yo no sabía exactamente lo que eso significaba, pero me arrodillé en un rincón y juré que no las traicionaría.
Uno de esos sábados Sor Teresa había tirado desde el segundo piso un saco lleno de trapos para que cada una tomara lo que necesitara para remendar y naturalmente nos lanzábamos como chulos sobre un cadáver a tomar entre batallas terribles un pedacito que nos sirviera para remendar un calzón o una combinación.
Nos contaba de una vaca que tenían los vecinos que, según Tarrarrurra, la vaca había tenido una vaca chiquita linda, linda que la habían bautizado con el nombre de Campana.
La felicidad de escuchar a la Nueva contándonos lo que Tarrarrurra le decía al oído merecía todos esos sacrificios. Nunca nos repitió la misma historia. Las aventuras que le pasaban en el mundo eran fabulosas, a veces entraba a las casas de los ricos donde nos decía que todos los platos y tazas eran de oro o de plata, nos describía las señoras y señores ricos vestidos con vestidos de terciopelo y de rasos maravillosos.
Yo creo que en todo ese período no volvimos a pensar ni en el Diablo, ni en el pecado, ni en el Infierno. Solo las historias de Tarrarrurra llenaban nuestra vida.
Desgraciadamente no la alcanzaron a salvar. Solo ayer lograron encontrarla. En su mano tenía fuerte, fuerte apretado su muñeco…
El tema principal era el pecado; el objeto principal de los ejercicios espirituales era el de hacer una vez al año una confesión general y minuciosa de todos nuestros pecados del año.
Sor Evangelina Ponce de León era de estatura media, un poco gorda, de una palidez de cera de iglesia, todas las facciones de su cara iban hacia abajo. Sus ojos pardos caían en punta, la nariz se doblaba hacia abajo en una especie de gancho que caía, los labios finos y apretados se arqueaban hacia el piso, solo su fuerte pecho y su gordo trasero iban hacia arriba como haciéndose paso y estableciendo una distancia entre ella y las otras; toda su pretensión se reflejaba en esas dos partes de su cuerpo. Los dientes eran blanquísimos, pero también estaban clavados hacia abajo y cuando hablaba
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Esa superioridad de Helena me fue creando un verdadero complejo. Todo lo que era aprender lo detestaba, solo me gustaba inventar yo misma las historias, imaginar cosas; en cambio del catecismo y la aritmética hubiera preferido que me dejaran tocar el piano y el armonio, ir al solar y subir a los árboles, prefería pensar en las historias de Tarrarrurra que en las historias de la Historia Sagrada.
Si tú me preguntas cuál fue el primer amor de mi vida, tengo que confesarte que fue Sor María. Era un amor rarísimo, era como si fuera mi mamá, mi papá, mi hermano, mis hermanos y mi novio. Ella reunía para mí todos los tipos de amor y todos los matices de la ternura.
Todas las facciones de su cara eran perfectas como en equilibrio, pero sus facciones no eran ni femeninas, ni masculinas, yo diría que no tenía sexo. Era la belleza y el equilibrio perfecto por encima del sexo.
A veces parecía un poco dura o masculina y otras veces era de una ternura y dulzura extraordinarias.
Faltaban seis meses para la fiesta de San Pedro y la Madre Superiora, como todos los años, reunió a las monjas en su apartamento para decidir con ellas qué clase de regalo le iban a enviar al Papa a Roma el día de su santo. Todas estuvieron de acuerdo en hacerle un alba bordada. Alba es esa especie de camisa larga hasta el piso que se pone debajo de la casulla para decir la misa. La tela que eligieron fue un olán cristal finísimo y blanco como una nube. Sor Carmelita pasó más de un mes haciendo el dibujo. El motivo principal eran espigas de trigo, ramos de uvas y en el centro en la parte de
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Hacía un mes que las niñas que cantaban venían todas las tardes con la Madre Superiora, ella tocaba el armonio tan lindo, tan lindo, que yo me ponía triste. Pero la Superiora las hacía repetir y repetir el mismo canto y a veces era solamente pedacitos y se ponía furiosa y gritaba que eran unas destempladas. Me olvidé preguntar a Sor Teofilita qué quería decir destempladas.
Sor Teofilita tan querida me había encontrado un uniforme que me regaló todo nuevo, el viejo ya estaba viejito y además de quedarme corto empezaba a apretarme mucho en los pechos. Llegó
La calle era larga y en lomita; en el fondo vi un pedacito de la torre de una iglesia. Antes de ponerme en marcha hacia el mundo me di cuenta que ya hacía mucho tiempo que yo ya no era una niña. En la calle no había nadie, solo dos perros flacos y uno le estaba oliendo el culo al otro.

