Intento ignorar el puñado de mariposas que revolotea en la boca de mi estómago al escuchar su declaración. «¿Todo? ¿Qué es todo? ¿Mi cuerpo? ¿Mi alma? ¿Mi corazón?». Me centro en el placer y vuelvo a gemir, sin embargo, no puedo evitar que una frase se dibuje en mi mente: «Ya es tuyo».