Kindle Notes & Highlights
y escribiendo esto constato que fui yo la que nunca aceptó la persona que me tocó al otro extremo del cordón umbilical.
Tantas Águedas distintas hubo, condenadas todas a vivir dentro de una misma Águeda.
Águeda se encerraba hasta dos horas seguidas a hablar a solas con el Padre. ¡Al fin un hombre que la escuchaba!
Exagerada siempre he sido, lo sé yo y ahora lo saben ustedes, pero esa sobrevida de Águeda me resulta una metáfora espeluznante de lo que llamamos progreso. Mantenerse con vida hasta los noventa y más, para esto.
¿No fue Jean Patin?, dije. Me miró extrañada. ¿Quién? Olvidado, al fin. Ni el nombre le sonaba. Eso sí, al olvido iría todo el reparto. Jean Patin fue el primero, en orden de desaparición.
Será el olvido un remedio, en vez de una enfermedad.
La sangre llama, oí decir desde siempre, pero esa frase —quizás por ser yo nulípara— nunca significó nada para mí. Hasta ese momento. Mirándonos a los ojos, en unos segundos nos fuimos medio siglo atrás y ambas recordamos que alguna vez comimos por la misma boca, sentimos por la misma piel y respiramos el mismo aire.
Porque es cierto que nunca he sabido, el amor, qué es. Salvo que sea solo eso.
sugiere. Una mujer insignificante. Así pensé titular esta novela, mucho antes de que Águeda muriera. Ahora esas tres palabras están debajo de mi nombre, no del suyo.

