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se preguntó si, después de cometida y confesada la falta, el castigo no había sido feroz y extremado; si no había más abuso por parte de la ley en la pena, que por parte del culpable en la culpa.
Confiar es, a menudo, entregar
Los brazos de las madres están hechos de ternura:
Las mujeres de esta clase están enteramente abandonadas por nuestras leyes a la discreción de la policía, la cual hace de ellas lo que quiere; las castiga como bien le parece, y confisca a su arbitrio esas dos tristes cosas que ellas llaman su trabajo y su libertad.
Prohibir a la mente que vuelva a una idea es lo mismo que prohibir al mar que vuelva a la playa. Para el marinero, eso se llama marea; para el culpable, remordimientos.
¿Cómo fue que sus labios se encontraron? ¿Cómo es que el pájaro canta, que la nieve se funde, que la rosa se abre?
La sonrisa de la mujer amada tiene una claridad que disipa las tinieblas.
–Prometedme darme un beso en la frente cuando haya muerto. Yo lo sentiré. Su cabeza cayó entre las rodillas de Marius y se cerraron sus párpados. El la creyó dormida para siempre, pero de pronto Eponine abrió lentamente los ojos, que ya tenían la sombría profundidad de la muerte, y le dijo con un acento cuya dulzura parecía venir de otro mundo: –Qué locura, señor Marius, creo que estaba un poco enamorada de vos. Trató de sonreír y expiró.
Hijos míos, meteos bien en la cabeza que estáis en lo cierto. Amaos hasta la tontería. El amor es la tontería de los hombres y el espíritu de Dios. Adoraos.
Mientras fue por el bien de ella, he podido mentir; pero hoy que se trata solo de mí, no debo hacerlo.
–¡Oh! –gritó para sus adentros, con lamentos que solo Dios oía–. Es el fin. No la veré más. Es una sonrisa que pasó por mi vida. Voy a entrar en la noche sin volverla a ver. ¡Oh!, ¡un minuto, un instante, oír su voz, tocar su ropa, mirarla, a ella, al ángel mío, y luego morir! La muerte no es nada; lo que es horrible es morir sin verla. Una sonrisa, una palabra suya. Ella me sonreiría, me diría algo. ¿Puede esto perjudicar a alguien? Pero no, se acabó, jamás. Estoy solo. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡No la volveré a ver!
–La prueba de que Dios es bueno es que ella está aquí –murmuró.
Quereos mucho, siempre. En el mundo casi no hay nada más importante que amarse.