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Quiero dejar en claro que este libro no es absurdo. Sólo las pelirrojas tontas de la tele de los años cincuenta son absurdas.
A los bebés sí los comprendía. Se les ponía leche por un extremo y se mantenía el otro tan limpio como fuera posible. Los adultos eran aún más sencillos, porque se alimentaban y se limpiaban solos. Pero, entre ambos estadios, había todo un mundo de experiencias que jamás había investigado. Sólo sabía que había que impedir que pillaran alguna enfermedad mortal y esperar que todo saliera bien.
En las Montañas del Carnero, las brujas tenían un estatus similar al de las monjas, los recaudadores de impuestos o los limpiadores de letrinas en otras culturas: se las respetaba, a veces se las admiraba, generalmente se las aplaudía por hacer un trabajo necesario, pero la gente no se sentía a gusto cuando las tenía cerca.
—No —respondió—. Creo que sabes muchas cosas de las abejas. Yaya sonrió. —Exacto. Y eso es una forma de magia. —¿Saber cosas? —Saber cosas que otros no saben.
—Eres algo joven para esto —dijo—. Pero, cuando crezcas, te darás cuenta de que la mayoría de la gente no piensa demasiado.
Aunque su cuerpo había viajado mucho, su mente nunca fue más allá de los confines de su cabeza.
Los zoones nunca habían oído hablar de un eufemismo, y no sabrían qué hacer con uno si lo tuvieran entre las manos, pero sin duda lo denominarían «manera agradable de decir algo desagradable».
Las tribus zoon están muy orgullosas de sus Mentirosos. En cambio, otras razas se molestan bastante. Opinan que los zoon debieron elegir un nombre más adecuado, como «diplomático» o «jefe de Relaciones Públicas».
—A Yaya no le gusta que la gente se quede de brazos cruzados —explicó—. Dice que a una niña que sabe hacer cosas nunca le faltará una manera de ganarse la vida.
Esk no había aprendido magia, y todo el mundo sabe que un ingrediente vital del éxito es no saber que lo que intentas es imposible.
Una de las razones del jaleo era que, en extensas zonas del continente, otras personas preferían ganar dinero sin trabajar y, dado que en el Disco todavía no había surgido ninguna compañía discográfica, se veían obligados a recurrir a otras formas de robo más tradicionales.
ascendían hacia el paso rocoso que cruzaba la montaña, un paso llamado Pezones de Escila (había ocho; Gander se preguntaba a menudo quién habría sido Escila, y si le habría gustado conocerla).
¿Por qué sería que cuando Yaya parloteaba sobre la brujería ella anhelaba la magia de los magos, pero cuando oía a Treatle hablar con aquella voz chillona habría luchado a muerte por la brujería? Ella sería ambas cosas, o ninguna. Y cuanto más intentaban impedírselo, más lo deseaba.
Bel-Shamharoth, C'hulangan, el Enterado… los repugnantes dioses oscuros del Necroteleconomicón, el libro conocido entre ciertos adeptos locos por su auténtico nombre, Liber Vaginarum Fulvarum, siempre están dispuestos a entrar sigilosamente en cualquier mente somnolienta.
El mundo no es siempre como piensa la gente.
Yaya sabía perfectamente cómo adivinar mal el futuro. Era mucho más difícil que hacerlo bien. Hacía falta una gran imaginación.
La luz era nebulosa y actínica, ese tipo de luz que hace que Steven Spielberg llame a los abogados para defender sus derechos.
Dentro de una esfera de cristal que yacía sobre la arena, flotaba una bola color azul verdoso, surcada por nubecillas blancas y cosas que casi habrían parecido continentes si alguien fuera tan idiota como para vivir en una bola.