Pienso en el comienzo bellísimo de Léxico familiar, la novela de Natalia Ginzburg: «Todos los lugares, hechos y personas que aparecen en este libro son reales. Nada es ficticio. Siempre que, debido a mi costumbre de novelista, inventaba algo, me sentía obligada a destruirlo.» Habría que ser capaz de eso. O de quedarse callado, simplemente.