Poblar el mundo con hijos que llevarán otro apellido, y nadie sabrá que son tuyos. Como si fueras Dios de paisano. Eres Dios, te paseas por la ciudad, oyes que la gente habla de ti, y Dios por aquí y Dios por allá, y qué admirable universo es éste, y qué elegancia la gravitación universal, y tú sonríes entre dientes (la barba debe ser falsa, o no, tienes que andar sin barba, porque a Dios se le reconoce enseguida por la barba) y dices para tus adentros (el solipsismo de Dios es dramático): «He aquí, éste soy yo y ellos lo ignoran.» Y alguien te empuja por la calle, o incluso te insulta, tú
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