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Quien se engaña a sí mismo puede también sentirse ofendido antes que nadie. Porque sentirse ofendido, en ocasiones, resulta muy agradable, ¿no es así? Y uno puede saber que nadie lo ha ofendido, sino que él mismo ha urdido la ofensa y ha dicho falsedades por mero afán de presunción, que ha exagerado para completar el cuadro, que se ha atado a una palabra, que ha hecho una montaña de un grano de arena... Uno puede saber todo eso y, sin embargo, es el primero en sentirse ofendido, hasta un extremo que le resulta placentero y le proporciona una profunda satisfacción, y, por esta vía, llega a
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–No tengas miedo, no tengas miedo nunca, ni te angusties. Persevera en tu arrepentimiento, y Dios te lo perdonará todo. No hay ni puede haber en toda la tierra un pecado tal que Dios no se lo perdone a quien se arrepienta de verdad. Y el hombre no es capaz de cometer un pecado tan grande que agote el infinito amor de Dios. ¿Puede haber acaso un pecado que supere al amor divino? Tú preocúpate tan solo de arrepentirte sin descanso, y aleja el miedo de ti. Has de creer que Dios te ama de un modo que no puedes ni imaginarte; también con tu pecado y aunque estés en pecado, Él te ama. Más alegría
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El amor es un tesoro tan valioso que con él puedes comprar el mundo entero, puedes redimir no solo tus propios pecados, sino también los ajenos.
–Mediante la experiencia del amor activo. Intente amar al prójimo activamente y sin descanso. A medida que progrese en el amor, se irá convenciendo de la existencia de Dios y de la inmortalidad de su alma. Y, si llega a la completa abnegación en el amor al prójimo, creerá usted sin reservas, y no habrá duda capaz de penetrar en su alma. Es cosa probada y segura.
el amor activo es trabajo y firmeza; para algunas personas puede llegar a ser toda una ciencia.
Se habla a veces, de hecho, de la crueldad «bestial» del hombre, pero esto es terriblemente injusto y ofensivo para las bestias: una bestia nunca puede ser tan cruel como el hombre, tan artística, tan plásticamente cruel. El tigre muerde, despedaza, no sabe hacer otra cosa. Jamás se le pasaría por la cabeza dejar a nadie clavado por las orejas toda una noche, ni aun en el supuesto de que fuera capaz.
Señores –exclamé de repente, de todo corazón–, contemplen a su alrededor los dones de Dios: el cielo claro, el aire limpio, la hierba suave, los pájaros, la naturaleza bella y pura; solo nosotros, impíos y necios, no comprendemos que la vida es el paraíso, y bastaría con que quisiésemos comprenderlo para que surgiera en ese mismo instante en todo su esplendor, y nos abrazaríamos llorando...»
Joven, no te olvides de rezar. En cada oración tuya, si es sincera, refulgirá un sentimiento nuevo y, con él, una idea nueva que antes desconocías y que te confortará. Y comprenderás que la plegaria es educación. Recuerda: cada día, y siempre que puedas, repite para ti: «Señor, ten piedad de todos los que hoy comparezcan ante ti». Pues a cada hora y a cada instante miles de personas abandonan la vida en esta tierra y sus almas se presentan ante Dios, y muchas se despiden de la tierra en soledad, ignoradas, tristes y melancólicas, sin que nadie se compadezca de ellas o sepa siquiera si están
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Hermanos, no temáis al pecado de la gente, amad a las personas también con sus pecados, pues ese amor es semejante al amor divino y es la cumbre del amor en la tierra. Amad la obra completa de Dios, cada grano de arena, cada hoja, cada rayo divino habéis de amar. Amad a los animales, amad a las plantas, amad todas y cada una de las cosas. Si amas todas y cada una de las cosas, en ellas percibirás el misterio divino. Cuando lo hayas percibido una vez, empezarás a conocerlo sin descanso, cada vez más, todos los días. Y finalmente amarás a todo el mundo sin excepción, con un amor universal.
Amigos míos, pedidle a Dios alegría. Sed alegres como los niños, como los pájaros del cielo.
Ten fe hasta el final, aunque todos en la tierra se hayan descarriado y solo tú sigas siendo fiel: haz una ofrenda y alaba a Dios, tú, el único que has quedado. Y, si os encontráis dos iguales, entonces seréis todo un mundo, un mundo de amor activo: abrazaos enternecidos y alabad al Señor, pues, aunque seáis dos, su verdad se ha cumplido.
Y me parece que hay ahora tanta fuerza en mí que soy capaz de sobrellevarlo todo, todos los sufrimientos, solo para poder decirme a mí mismo y repetirme a cada momento: ¡yo soy! En un millar de tormentos, soy; retorciéndome en la tortura, pero ¡soy! Encerrado en una torre, pero seguiré existiendo; veré el sol, y si no lo veo sabré que existe. Pero, saber que el sol existe, eso ya es toda la vida.
Y luego está esa obsesión por mandarte a los especialistas: «Nosotros le haremos un diagnóstico –te dicen–, después vaya a ver a tal especialista y a tal otro y ellos le tratarán». El médico de toda la vida que te curaba todos los males ha desaparecido por completo, te lo digo yo, ahora no hay más que especialistas que se anuncian constantemente en los periódicos. Si te duele la nariz, te mandan a París: allí hay un especialista europeo en narices. Llegas a París, te examina: «Solo puedo curarle la fosa nasal derecha –te dice–, no me ocupo de fosas nasales izquierdas, no es mi especialidad;
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¡no temáis a la vida! Qué bonita es la vida cuando se hace algo bueno y sincero.