–Allí eres más necesario. Allí no hay paz. Servirás la mesa y así serás útil. Si se levantan los demonios, recita una plegaria. Y debes saber, hijo mío –al stárets le gustaba llamarlo así–, que en el futuro tu sitio tampoco estará aquí. Recuerda mis palabras, joven. En cuanto Dios haya dispuesto que entregue mi alma, sal del monasterio. Vete para siempre.