–Entonces sí que era usted valiente, señor, «todo está permitido», decía, ¡y ahora hay que ver cómo se ha asustado! –murmuró Smerdiakov, con asombro–. ¿No querrá usted una limonada? Ahora mismo digo que se la traigan, señor. Verá cómo le refresca. Pero antes habría que esconder esto, señor.