Sí, él comprendía perfectamente que para el alma humilde del pueblo llano de Rusia, agotado por el trabajo y la amargura y, sobre todo, por la injusticia incesante y el pecado incesante, tanto propio como del mundo, no hay mayor necesidad ni consuelo que hacerse con una reliquia o tener acceso a un santo, caer a sus pies y venerarlo: «Aunque el pecado, la mentira y la tentación habitan entre nosotros, no deja de haber en la tierra, en algún lugar, un hombre santo, un ser superior; al menos en ese hombre reside la verdad; al menos él conoce la verdad; así pues, la verdad no ha muerto en la
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