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El Vietcong esperaba de sus militantes que aguantaran la tortura veinticuatro horas porque sabían que nadie o muy poca gente soporta más. Los montoneros esperaban mártires cristianos.
¿Qué queríamos, cuál era la idea, si llegábamos al poder qué pensábamos hacer? Estas críticas no gustan. No gustan a los exmontoneros, no gustan a los organismos de derechos humanos, no gustan entre los familiares de los desaparecidos. La organización no protegió a sus militantes. Nuestra inmolación no sirvió mayormente para nada. O sí: le sirvió mucho a la dictadura para perpetuarse en el poder, aniquilar el aparato productivo de la Argentina, arrasar con un movimiento sindical que era muy fuerte. No mejoró la condición de la clase obrera, no mejoró la educación ni la redistribución de la
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El otro día leí en Facebook el relato de una sobreviviente y setenta personas le ponían: «Hasta la victoria, compañera, seguiremos en la lucha, nos destrozaron pero no nos aniquilaron, nuestros ideales siguen tal cual». ¿Que no nos reventaron, que no nos derrotaron? Si lo que ocurrió no fue una derrota en toda regla, ya me dirás qué fue.
Las críticas a los grupos armados de aquellos años son patrimonio de la derecha, que reclama que, así como se juzgó y se juzga a los militares por delitos de lesa humanidad, se juzgue a quienes formaron parte de esas agrupaciones, equiparando así el terrorismo de Estado con el accionar de las guerrillas. Silvia Labayru, y muchos otros que no avalan esa postura pero tienen un discurso crítico hacia las organizaciones a las que pertenecieron, ocupan una articula...
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Entonces estos excompañeritos que militan tanto los derechos humanos prefieren que las violaciones queden impunes antes que este tema tan escabroso salga a la luz. Ellos mismos no las entienden como violaciones. Y nosotras tampoco teníamos tan claro que lo que ocurrió había sido una violación. Se empezaban a cruzar cosas: ¿hasta qué punto no me he prostituido? Pero ahí dentro tú no decides nada. En un campo de concentración no hay consentimiento posible. Te dicen: «Sí, te violaron, fue forzado, pero bueno, a lo mejor te gustó». Y si me gustó, ¿qué? ¿Es menos violación? No. Es lo mismo. Además,
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El lema de los organismos de derechos humanos era «Vivos los llevaron, vivos los queremos», pero muchos salimos vivos y no nos quisieron.
Después, a lo largo de cierto tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas. Al terminar, al irme, me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba.
«Me parece una porquería suprema eso del síndrome de Estocolmo. Una persona no se identifica con el enemigo. Adopta momentáneamente comportamientos que necesita para la supervivencia. Y en algunos momentos hay cierto pegoteamiento, pero, pasada la situación, ¿identificación, convertirte en otro? ¿De qué estamos hablando?». Le pregunté en qué consistía ese «pegoteamiento». Dijo: «Bueno, en el hecho de que algunos represores tengan un comportamiento más humano que otros, y por más que tú sepas quién es y demás, te produce una sensación de alivio frente al terror que tienes, una sensación de
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la justicia, la denuncia, los compañeros desaparecidos, el culto al muerto, sin ningún tipo de reflexión sobre lo que fueron esos años, o nada», dice Silvia Labayru; «Como si no se pudiera sostener una postura en relación a los derechos humanos criticando a la vez la violencia de los setenta. Yo no creo que se pueda equiparar la violencia del Estado con otro tipo de violencia, pero me parece que es momento de que dejemos de pensar en la juventud maravillosa», dice Mahler),
cuando uno no está en situaciones inimaginables no puede juzgar a partir de esa imaginación imposible.
Ya bastante estaba diciendo en esos putos juicios, hablando siete horas y media, como para además poner toda la carne al asador. «¿Y usted cómo no se resistió?» El juez de este último juicio me preguntaba: «¿Dónde la llevó la primera noche, la segunda, la tercera, la cuarta?». Le dije: «¡Mire, no las contaba!». Desde el momento del secuestro, no hay nada que pueda ser considerado que se hace por voluntad propia. Pero que en determinadas circunstancias tú hayas podido incluso tener placer sexual en esa situación, que era una violación, es perfectamente comprensible. En medio de esa noche
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No es que digo: «Qué vida de mierda tuve». Lo que no puedo decir es que aquí no pasó nada o que no pagué unos precios muy grandes por todo esto.
Secuestrada. Torturada. Encerrada. Puesta a parir sobre una mesa. Violada. Forzada a fingir. Al fin liberada. Y, entonces, repudiada, rechazada, sospechosa.
«Lo que yo quiero es que mi testimonio lleve mi nombre y apellido, no L. V.».
las propias mujeres que pasamos por eso tardamos en poder decirlo. Yo lo declaré en dos juicios, pero se tardaron muchos años hasta que declararon las violaciones y los abusos como delitos autónomos. Hasta ese momento eran declarados como tormentos. Hizo falta que pasara tiempo y que la sociedad aceptara con otros ojos los testimonios de las víctimas. Que dejaran de acusarnos de traidores, de colaboradores, de agentes de los servicios, de putas.
–Que no tenemos otro camino más que seguir testimoniando y que esta es nuestra función en la vida. ¡Pero cómo va a ser tu función en la vida! Una cosa es testimoniar, pero que toda tu vida tenga que estar dedicada a esto, como un destino, puesto que has sobrevivido... Madre mía. ¿Tendré que doblar acá?
Todo puede ser verdad. Lo que ella percibe. Lo que ven los demás. ¿Cómo saber cuál es la versión correcta? Verdad es todo, ¿pero qué es real?