Era maravilloso tener una relación de confianza, porque uno no les tenía confianza a los compañeros detenidos, muchos de ellos te habían marcado o estaban cantando, entregando gente. Uno tenía que estar en guardia con todo el mundo. Pero ante la situación de fragilidad de una niña de veinte años que iba a parir, la sensación de estar a la defensiva desaparecía y lo único que uno sentía era la necesidad de apapacharla. Tenía alguien a quien cuidar. Y eso ella me lo agradecerá a mí, pero yo se lo agradezco a ella, infinitamente. Era una razón para estar viva.