Meses más tarde, un día en que hablo por teléfono con mi padre, le digo que estoy escribiendo un libro, este libro. Me pregunta de qué se trata. Nunca le he contado. Le cuento. Me dice: «Pasaron cuarenta años. ¿Todavía hay gente que quiere leer estas cosas?». Él mismo se ha pasado años leyendo «estas cosas», pero le digo que no lo sé (y es verdad). Pienso: «Hay historias que no terminan nunca».