De manera irónica, esta fijación con lo positivo —lo que es mejor, lo que es superior— sólo sirve para recordarnos una y otra vez lo que no somos, lo que nos falta, lo que debimos ser pero fracasamos en convertirnos. Al fin y al cabo, una persona de verdad feliz no siente la necesidad de pararse frente a un espejo y recitar hasta el cansancio que es feliz; simplemente lo es.

