Esta es la lección que aprendí: es más fácil sostenerte en tus principios el cien por ciento del tiempo, de lo que es sostenerlos el 98 por ciento de las veces. La frontera —tu límite moral personal— es poderosa porque no la cruzas; si justificaste el hacerlo una vez, no hay nada que te detenga de hacerlo otra vez.

